Confieso que he narrado…

Sin exagerar, fueron cientos las veces que me imaginé escribiendo un artículo con este título. Lo que no preveía, o nunca quise imaginar, era que lo haría a manera de despedida. Pero así están las cosas y no hay nada que hacer. El caso es que hace poco más de dos años comencé una fugaz e intensa carrera como comentarista deportivo, misma que acaba precisamente este sábado con los comentarios del encuentro entre Bayern München y el VfB Stuttgart. No me puedo quejar. En esta campaña me tocaron algunos de los encuentros más relevantes: el Bayern-Hoffenheim de la primera vuelta, y ya en la segunda, el Hertha-Bayern y el Wolfsburgo-Bayern. Además, el épico empate a 3 entre Borussia Dortmund y Schalke 04 en la primera edición del “clásico de clásicos” del balompié germano de esta campaña. Narré el gol del año, obra de Grafite en el partido entre los “lobos verdes” y Bayern. También, debido a circunstancias imprevistas, comenté de modo casi improvisado un partido de la segunda divisón entre Karlsruhe y mi equipo favorito, St. Pauli. Me tocó el horroroso desmayo que acabó con la carrera deportiva de Ümit Özat, en el minuto 25 del encuentro entre Colonia y Karlsruhe. Cinco minutos de drama puro y nada de fútbol, con las lágrimas del portero Faryd Mondragón y el entrenador Christoph Daum. El final de mi trayectoria como narrador, este sábado en la jornada 34, no podía ser más apoteósico: un partido en el que, aún cuando Wolfsurgo saliese campeón, los dos contendientes estarán en obligación de darlo todo en busca del pase automático a la Champions League. Quizá todo fue producto de una larguísima premonición que comenzó en 1985, cuando por alguna razón me inscribí en un curso -que no concluí- para narrar partidos de fútbol. O acaso fue una deliciosa concesión de la vida, que me ha dado ya tantas. No recuerdo cuál fue el primer partido que narré. Me acuerdo, sí, del primer gol, obra del japonés Naohiro Takahara, que entonces jugaba para el Eintracht de Fráncfort. Pronto sabré cuál será el último. Desde entonces, cada partido y cada llamado constituyeron una enseñanza interminable. Primero, aprender el sistema de preparación de los partidos, encontrar las fuentes precisas, los datos más confiables. Luego comprendí la importancia de descubrir la dramaturgia que se esconde detrás de cada encuentro futbolístico: la lucha por el título o la sobrevivencia, la rivalidad histórica, la consumación de la venganza, la redención de pecados cometidos con anterioridad, la caída de algún patriarca, la consagración de los guerreros, etc. Y, claro, había que reaprender a hablar ante el micrófono, debido a la larga ausencia de aquellos menesteres. Con el tiempo aprendí a dominar la narración propiamente dicha. Pero había un animal mucho más salvaje al cual apenas aprendía a domar cuando recibí “el silbatazo final”, la noticia de que mi carrera como cronista deportivo llegaba a súbito final sin posibilidad de “tiempo de compensación”. Me refiero a los temidos “highlights”, narraciones meteóricas en las cuales uno debe luchar contra el tiempo, el cansancio y la siempre latente posibilidad de cometer una pifia que obligara a recomenzar la postproducción. Estuve a punto de dominar tal disciplina, como producto de un trabajo más o menos constante, pero siempre comprometido. Me faltaba únicamente el último “pase a gol”: hilar debidamente tales secuencias con los resultados, la tabla de posiciones y el anuncio de los partidos para la próxima jornada. No me queda duda de que con un poco más de tiempo lo hubiese logrado. Pero no me fue concedido. Así, en una autoevaluación honesta debe consignarse que estaba en vías de convertirme en un buen comentarista de fútbol, tarea en la que mucho luché pero que no pude cuajar. ¿Qué faltó? Eliminar las muletillas, encontrar un ritmo propio, administrar mejor el silencio y los datos, dominar la endémica debilidad de mi garganta, paliar los efectos de una memoria traicionera. ¿Qué hice bien? Aprender de todo y de todos, encontrar un sistema ad hoc a mis fortalezas y debilidades, tomar en cuenta la historia del fútbol y la escuela narrativa de mi país (México), dominar el manejo de fuentes de información, y recuperar el argot futbolístico clásico, entre otras cosas. Y además, justipreciar la riquísima tradición del fútbol alemán, cosa para la cual finalmente se me pagaba. Hubo algunos momentos aciagos, por ejemplo, cuando trataba de pronunciar el endiablado apellido de Salomon Okoronkwo, jugador nigeriano ex del Hertha de Berlín que por fortuna salío de la Bundesliga en esta campaña. Cuando algo así sucedía, regresaba a casa hecho un mar de confusión y rabia. En cambio, el ánimo era radiante luego de realizar una jornada de nivel satisfactorio. Al final, me quedo con la conclusión de que la narración futbolistica es una profesión para cuyo atractivo aún no encuentro explicación precisa. Es una actividad que llena de orgullo y en la cual uno deja hasta el alma con tal de lograr el partido perfecto. No sé si algún comentarista deportivo haya alcanzado tal quimera. Yo, ciertamente, no. Pero quedo agradecido a todos los que me permitieron sentarme ante un micrófono y, bajo el seudónimo de Tadeo Alejandro Carrillo, describir las incidencias de la Bundesliga desde la temporada 2006-2007 hasta el fin de la actual. Yo lo disfruté al máximo, incluyendo el súbito final. Espero que el público, o por lo menos parte de él, lo haya hecho también.

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