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Mostrando entradas de octubre, 2008

¡Sós Grande!

El tema es irresistible. Diego Armando Maradona acaba de ser designado técnico de la selección argentina de fútbol, convirtiéndose así en el tercer hombre más poderoso de su país (el primero es, y por mucho, el ex presidente Néstor Kirchner). Esto ha provocado numerosísimas y variadas reacciones, prácticamente en todo el mundo. En el planeta futbolístico argentino, a años luz de toda proporción, se percibe el nombramiento del “Pelusa” como algo natural. Como si Pelé, por ejemplo, hubiese cometido un pecado de omisión o una cobardía al no sentarse en el banquillo de la verdeamarelha a dirigir a Zico, Sócrates o Dirceu Guimaraes. Al otro lado de la galaxia -en Inglaterra, por ejemplo-, se aprovecha la oportunidad para exudar el odio antimaradoniano que nunca perdonará aquella burla por la famosa “mano de dios” en el mundial de Mexico 86. Más moderada aunque muy moralista, Alemania ve con escepticismo –el Süddeutsche Zeitung habla de una “aventura”- el nombramiento de alguien a quien mira

Ginebra / III

La lista de participantes en el encuentro de Ginebra me provocó una arritmia emocional con la que no había contado. Pensaba yo que el viaje me serviría para sacudirme un poco la rutina y oxigenarme de la saturación cotidiana. El trayecto a tierras suizas, con todo y sus inconvenientes, había cumplido esa función. Pero comencé a ver el listado de los convocados y, repito, todo cambió. Figuraban en ella, entre otros, el director general y el editor en jefe de Radio Nederlands, el director de mercadotenia, estrategia y distribución de Deutsche Welle, el director internacional de Radio Bélgica, el director internacional de Radio y Televisión de Portugal, el jefe del servicio árabe de la BBC, el jefe de nuevos medios de Radio Suecia, la jefa del departamento de Radio y Televisión del Parlamento Europeo, y la contralora de desarrollo de negocios de la BBC. Iba a participar además el director general de Radio Vaticano al que “asuntos papales” le impidieron viajar en el último momento. Como di

Ginebra / II

La habitación 36 del Hotel d’Allaves, en Ginebra, parecía una pequeña cabaña suiza. Las paredes lucían relieves de concreto y roca, materiales que, según pude comprobar, eran auténticos. El cielo raso estaba rematado en gruesos tablones de madera. Pese a todo este ejercicio de observación, tardé varias horas en percatarme de que alguien me observaba precisamente desde las alturas. Era una mujer desnuda, recostada en plena superficie arenosa de lo que, supuse, sería una playa holandesa o italiana. Con la mirada, ella parecía reclamarle el no haber reparado antes en sus encantos, con un gesto aparentemente divertido. El autor le confirió un gesto interesante a la fémina, al dotarla de un libro que acompañaba su desnudez. ¿Cómo y por qué pondría alguien allí una imagen tal? Habiendo conocido ya muchos hoteles europeos, aventuré una única tesis: en otra época, el d’Allaves había servido como templo del placer a donde acudían diplomáticos de nivel medio para… bueno, creo que no necesito exp

Ginebra / I

El viaje no comenzó con los mejores augurios. Todo comenzó en la librería de la estación ferroviaria de Bonn, donde cometí el error de tomar Los discursos de Buda en vez de una novela de Turgueniev. Dieron las nueve y cuarto de la mañana cuando, todavía con el café en la mano, logré meterme en el tren que yacía junto al andén número 3. Es cierto que llevaba mi reproductor MP3. Pero mi almacén de podcasts presentaba límites definidos y, cuando tomé el hermoso libro blanco, la lectura se tornó en tortura. Lo que Buda tenga que decir sigue representando para mí una gran enseñanza. Sólo que sus discursos, estilísticamente hablando, son un suplicio minimalista insoportable. O quizá era la gripe. El caso es que crucé la frontera germano-helvética, y al llegar a Basilea todo me parecía horrible, gris y desgastado. Me encontraba en Suiza, pero todo era distinto de lo que me hubiera imaginado. ¿Dónde está el dinero?, me pregunté con igual insistencia, cada vez que voletaba a mi alrededor. En la

La metamorfósis del poeta

Tuve dos encuentros más o menos cercanos con Alejandro Aura. Los episodios, creo, ilustran de manera clara la transfromación de este personaje recientemente fallecido en Madrid. El primero ocurrió en Coyoacán, como espectador adolescente de la obra Salón Calavera, original del propio Aura. Se trataba de una deliciosa sátira en la que el dramaturgo y poeta desplegaba sus notables facultades en el arte del albur. Me divirtió muchísimo, y quedé convencido de que Alejandro Aura era un excelente actor, aunque por aquel entonces era célebre como dramaturgo. Luego se vovió de dominio público su capacidad como poeta. Con el paso de los años, y como muchos “intelectuales” mexicanos de izquierda (no parece haber otros en México), Aura ingresó a la tribuna VIP del perredismo. Como artista, su obra se había visto eclipsada por la de su entonces esposa, la exitosísima y simpática Carmen Boullosa, que cuenta con un gran cartel en Europa y, a diferencia del fallecido autor, era conocida más allá de l

Crisis filosófica

La pregunta de moda intenta esclarecer si la crisis por la que atraviesan las finanzas internacionales constituye por sí misma el ocaso definitivo del modelo capitalista. Sin pretender arrojar luz definitiva, puede hacerse un humilde intento de reflexionar sobre este tema tan complejo. A mi entender, la primera clave para definir la naturaleza de esta crisis consiste en observar dónde se origina y desarrolla. Y no hace falta mucho para llegar a la conclusión de que los mercados de valores son escenario principal en el desencadenamiento de la ola de quiebras que tienen en vilo a bancos en todo el mundo. En Alemania, por ejemplo, el Hypo Real Estate decidió inmiscuirse en negocios inmobiliarios en Estados Unidos; como consecuencia, se le vino encima una avalancha de compromisos cuya cobertura requeriría, tan sólo en principio, la casi inmensurable suma de 35.000 millones de euros. Es tan sólo un caso. Así, la crisis equivale a un agotamiento extremo del capital especulativo y de su padre