Entradas

Mostrando entradas de agosto, 2008

¿Por qué "el antiblog?

Imagen
El título de este espacio exige justificación. De ninguna manera me opongo al género que tanto se ha extendido tras el surgimiento de internet. Reconozco la existencia de la prosa blog y, de hecho, me parece que este modo de escritura ligera existe desde mucho tiempo atrás. Por ejemplo, recuerdo que durante mi infancia me gustaba leer libros de un autor llamado Marco A. Almazán, que ponía a sus obras títulos como "Píldoras anticonceptivas". Tales libros fueron mi primer contacto con la prosa blog: un estilo campechano, bien escrito, muy conciso y de fácil digestión intelectual. No. El hecho de que yo me considere antiblog no tiene que ver con fobias, sino con el reconocimiento de que este espacio está hecho a contracorriente: a pesar de la falta de juventud, de lectores, de tiempo, de margen de maniobra, y de conocimientos técnicos elementales. Es el antiblog, pues como hombre maduro, no soy más que un intruso en este enorme imperio de juventud y de entretenimiento. Soy, como

Un cuento chino

Se acabaron los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Las autoridades chinas han escrito y llevado a cabo un guión casi perfecto. El mundo se ha adaptado a las necesidades y designios de dicha nomeklatura, que ante los ojos del mundo sigue y seguirá violando los derechos humanos, ahora con mayor fuerza y autosuficiencia. Todo se ha valido, con tal de que la economía del país más poblado del planeta siga creciendo a un ritmo superior al 20 por ciento anual. Los ojos del mundo voltearán a otra parte, y en adelante el régimen de Pekín tendrá mucho menos problemas para continuar reprimiendo a la población al interior de las cerradas fronteras dedicha nación. Lo que hemos visto en las pasadas semanas, desde la perspectiva de los derechos humanos, fue una burla monumental que traerá sin duda consecuencias nefastas para todo el mundo. Fue verdaderamente vergonzoso presenciar el espectáculo de mandatarios que en casa se deshacen en proclamas por la libertad, y que en Pekín protagonizaron un silencio

Postdemocracia / II

Para Colin Crouch, la palabra postdemocracia no implica que esta forma de gobierno esté muerta ni clausurada. Él concibe el desarrollo de la democracia como una curva parabólica en la que, paradójicamente, los momentos de mayor plenitud se han producido justo después de conflictos bélicos. Los argumentos de Crouch son complejos. Sus tesis, por momentos, parecen una denuncia macroeconómica más que un alegato politológico. Ahí radica la que, a mi juicio, es la principal crítica al volumen. Crouch detecta, de manera muy exhaustiva, una serie de fenómenos reales y perceptibles que pocas veces he visto entrelazados en un análisis politológico serio. Los argumentos son sólidos, en la medida que están debidamente soportados por una investigación académica en forma. Y no es que el británico carezca de razón cuando sugiere que una serie de factores históricos y económicos, relacionados sobre todo con las formas de producción, desemboquen en el actual escepticismo universal respecto de la democr

Postdemocracia

La democracia está en crisis. Las instituciones no funcionan, o carecen de credibilidad. La clase política no representa a la ciudadanía, sino a intereses de grupo. La prensa refleja el nivel más elemental de la discusión política, y además, es secuestrada por la misma clase política y por poderosas agencias de relaciones públicas. Las elecciones se han agotado como expresión de voluntad colectiva; son, hoy por hoy, un mero trámite de legitimación que sólo sirve para confirmar y profundizar la polarización social. Lo anterior no lo digo yo, ni las numerosas encuestas que identifican claramente el desprecio ciudadano hacia la política y los políticos, aún en democracias funcionales. Lo dice también el politólogo inglés Colin Crouch, quien inauguró hace poco una llamativa línea de pensamiento en la ciencia política. La democracia, sostiene Crouch, siempre ha sido una utopía. Y tiene razón. Desde tiempos de Pericles se habla de gobiernos al servicio de la justicia. Pero en aquella Grecia