México: la corrupción sin fin / II

Una vez superada la fase más intensa de la crisis por la epidemia de influenza A(H1N1), el tema político del momento en México vuelve a ser el mismo que hace exactamente un sexenio: los famosos videoescándalos desatados por el empresario Carlos Ahumada Kurtz. Como dije ayer, los protagonistas han comenzado a ventilar sus propias versiones de los hechos en algo que, esperemos, se convierta en una discusión pública civilizada y transparente. El balance definitivo de aquellos acontecimientos, si es que llega, podría tardar algunos años más. Por lo pronto, es claro que la aparición del libro precisamente en este momento político (cuando se tiene en la mira las próximas elecciones legislativas y a unos meses de que se agote la primera mitad de la actual ppresidencia calderonista) guarda fines específicos. Eso sería lo más patético del caso: que Carlos Ahumada, inmerso en una inagotable descomposición de su imagen pública, sigue siendo instrumento de intereses políticos muy oscuros. De la mafia a la cual pretende denunciar en su libro Derecho de réplica. Curiosamente, el beneficiario inmediato parece ser el enemigo número uno de Ahumada: Andrés Manuel López Obrador, quien gracias al libro del empresario ahora tiene terreno abonado para figurar durante semanas o meses en espacios de la opinión pública. Astuto como es, el antiguo jefe de Gobierno del DF ya anunció una serie de acciones para responder a lo dicho por Ahumada. Pero pese al aparente inmovilismo temático, el momento político del país es muy distinto al de 2003. López Obrador ahora no es el candidato único y natural del izquierdismo a la presidencia de la República. Debe competir con Marcelo Ebrard Casaubón, su sucesor como gobernante capitalino y quien hoy por hoy cuenta con todo el aparato estatal a su disposición para promoverse, al igual que Obrador lo hizo en su tiempo. Es decir que, antes de lanzarse de lleno a la lucha por la presidencia, López Obrador deberá dirimir su pugna con Ebrard. Y pese a la aparente civilidad del proceso mediante el cual se definirá la candidatura del PRD (“ganará quien cuente con más apoyo”, acordaron ambos), la batalla será igual de mortal. Esto, por desgracia, prefigura el inicio de una larga contienda por el poder absoluto, como la descrita por Ahumada en las densas páginas de su libro. En ese caso, la endeble democracia mexicana se enfrentará a duras pruebas. La más difícil de ellas, que no aparece en la estridente discusión política sobre estos acontecimientos, constituirá en abordar el desmesurado papel que empresas televisoras –en especial Televisa- han jugado en la vida política, a menudo usurpando funciones que corresponden exclusivamente a instituciones del Estado mexicano. En 2003, mientras la clase política de despedazaba públicamente, Televisa salió sin un rasguño pese a su profundo involucramiento en estos hechos. Ni López Obrador, ni el gobierno federal de aquel entonces, se atrevieron a confrontar al consorcio en el cual habrían de llevar a cabo sus campañas políticas. Ello tuvo grandes costos, que la joven e imperfectísima democracia mexicana no se puede dar el lujo de pagar de nuevo.

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