Confieso que he narrado / III (El circo massimo)


Hay cosas mucho peores que dejar involuntariamente de comentar partidos de la Bundesliga. Por ejemplo, cubrir la final de la Champions League. La UEFA da a los periodistas un trato digno del IV Reich, ése en el cual ya vivimos sin que nadie quiera reconocerlo. Para empezar, el caos. En la Plaza Cavour no había ningún bus de los prometidos para la prensa. Resulta que la UEFA, en su mundo delirante, supone que todos y cada uno de los periodistas que llegan de los cinco continentes a cubrir el partido europeo más importante del año van a arribar al mismo tiempo. Yo no lo sabía, pero cuando llegué a Cavour, a eso de las seis y media de la tarde, el último vehículo ya había partido. La UEFA nunca comunicó adecuadamente los horarios organizativos a quienes fuimos acreditados. Pero no me rendí. Tomé un taxi, llegué al Estadio Olímpico y me presenté con mi acreditación confirmada a una serie de puertas, mal llamadas de “hospitalidad”. Nadie sabía dónde se encontraba el centro de acreditación. A todos parecía resultarles extrañísima la presencia e un periodista queriendo trabajar. Y además, en el IV Reich uno es sospechoso de todo hasta que no se demuestre lo contrario. Los encargados de seguridad seguramente poseían diplomas de la Mossad o alguna que otra organización siniestra y estaban entrenados para decir solamente “Sorry sir, you can’t come in”. Aunado a lo anterior, al señor Silvio Berlusconi se le ocurrió que el partido entre el Manchester United y el Barcelona podía dar lugar a actos terroristas de inimaginables proporciones, de modo que decidió poner a la capital italiana a resguardo de los carabinieri, el esercito y demás instituciones armadas del Estado italiano. Soldados por doquier, patrullas ruidosas, armas de todas denominaciones y represión al derecho al libre tránsito. A estas alturas, y conciente de mis pocas posibilidades de triunfo ante un régimen paraestatal armado hasta los dientes, estaba a punto de darme por vencido. Volvamos a la UEFA: todo mundo parecía tener un gafete, pero en términos prácticos nadie servía para nada. Fue el personal de atención del FCB Barcelona, al cual le estaré eternamente agradecido, el que me indicó dónde tenía la UEFA el sitio para recoger la tarjeta respectiva. Cuando llegué, rodeando por fuera todo el estadio, regía el caos más absoluto. Aficionados reclamaban furiosos porque no les funcionaba el boleto con chip que alguien les vendió (¿otro fraude, como en el Mundial 2006?). No eran fanáticos cualquiera. Eran ingleses y catalanes. Puede imaginarse el lector los decibeles que alcanzaba la discusión, sobre todo cuando una mujer se puso a gritar, no sé por qué: “Jesú, Jesú, que me va a dar un ataque”. En ese momento todos perdieron los estribos. En medio de la algarabía, le expuse mi caso con toda la calma del mundo a una chica contratada por al UEFA. Apenas vio el e-mail que se supone debía presentar, me dijo totalmente convencida: “Ese mensaje no es de nosotros. Esto no tiene nada de oficial”. No obstante, le pedí que revisara en el sistema y así lo hizo, ayudada por una amabilísima chica portuguesa. Resulta que sí, mi acreditación estaba y a partir de entonces todas las puertas parecían abrirse. Repito, parecían. Faltaban diez minutos para que comenzara el partido, del cual yo ya ni me acordaba. Lo que yo quería era vencer a toda costa a ese sistema perverso que me quería atrapar sin remedio y luego burlarse de mí. Rodee de nuevo el estadio, con una temperatura cercana a los 30 grados centígrados. Llegué a la puerta, pasé varios controles y pese a que aún así nadie sabía exactamente qué hacer conmigo, llegué al área de prensa. Me sentí feliz. Seguí a una chica rubia hasta la tribuna misma, donde pude ver a los jugadores de ambos equipos disputando ya el partido. Pero todo cambió cuando se me ocurrió sacar mi cámara. Antes de pasar a este episodio, debo aclarar que la idea en realidad no fue una ocurrencia mía. Los y las edecanes de la UEFA se solazaban captando imágenes con sus telefoninos así que, supuse, yo podía hacer lo mismo. Apenas había sacado una foto cuando un sujeto de la UEFA se me acercó para indicarme que estaba haciendo algo “vietato”, prohibido. Poco a poco me fui percatando de la situación, pero amablemente le indiqué al escolta que si me reprendía a mí, lo justo era que cargara también contra los demás. Simplemente me sonrió con cinismo y un gesto que leí perfectamente: ellos gozaban de impunidad y yo no. Pero el tipo me dijo además que podía subir a la parte alta de la tribuna y sacar las fotos que quisiera. Alegre, lo hice. Me senté apenas un escalón abajo de José Ramón Fernández, que se veía muy serio y hasta aburrido.Pensé en saludarlo pero, profesional como soy, decidí ponerme a trabajar dejando lo social para más tarde. Exactamente a los siete segundos de que sacara de nuevo la cámara se apersonó una perra con uniforme que, armando un escándalo, me dijo que debía de salirme de la tribuna, que no tenía derecho de estar ahí, y que iba a llamar a las fuerzas de seguridad. Fuera de sí, me dijo que yo era “Área 7" o “Media working area”. Aunque me dieron ganas de escupirle a la cara, cosa que realmente se merecía, decidí no hacer escándalo enfrente de José Ramón (quien, por otro lado, quizá ni se percató de lo sucedido). La famosa “Área 7" no es más que una sala confinada donde era posible ver el partido ¡¡a través de una pantalla de televisor!! Había viajado hasta Roma, acreditado por la UEFA, para sufrir tales vejaciones y además ver el encuentro en condiciones que hubieran sido mucho más cómodas, e idénticas en términos de inmediatez, en la sala de mi casa. Si no me puse a patear mi computadora y mi cámara es porque a estas alturas ya había comprendido perfectamente la situación.Y porque Eto’o anotaba el primer gol del Barca. El primer reflejo consistió en sentirme discriminado por el poder infinito de la televisión. Pero como dice Tony Soprano, hay que ver la big picture. Fijándome, pude notar que incluso camarógrafos de televisión sufrían el mismo confinamiento que yo. Algo apestaba, y mucho. Entonces lo entendí. Si José Ramón y los demás privilegiados podían ver el partido desde la tribuna (por lo demás, en sus palcos también había monitor), no era por trabajar en la tele ni por tener gran poder mediático. Estaban ahí por ser “rights owners”, o sea, clientes VIP de la UEFA. Representantes de empresas que pagaron cientos de miles de dólares al organismo dirigido por Michel Platini para transmitir en vivo el encuentro. It`s the money, stupid!!! Ellos pagaron por estar ahí, y yo no. Con la claridad mental adquirida, y ante la imposibilidad de acceder a otras áreas reservadas donde hubiera podido lograr alguna entrevista, pensé en volver a la tribuna, ya sin cámara. Pero no lo hice. No por miedo ni respeto a los personeros de la UEFA, sino porque eso hubiera sido una auténtica putada para los colegas que soportaban estoicamente el aislamiento. Me moría de sed. Fui al comedor de prensa. Un alemán al que le hablé en su idioma me contestó en inglés y me informó que el buffet ya había cerrado. Más tarde pude comprar una botella de 0,2 litros de agua por dos euros. Nada nuevo en el IV Reich, donde además de ser insultado uno debe pagar por trabajar. Por respeto a mí mismo me quedé a las conferencias de prensa de Sir Alex Ferguson y Pep Guardiola, donde saqué fotos de ambos. Quizá pueda venderlas y recuperar algo de lo que invertí en el viaje. Quizá no..Pero la UEFA seguía dando show. Sacaba yo mis fotos cuando otro tipejo con uniforme me increpó de igual modo que su colega de la tribuna. Ahora el pecado era usar flash..”Causa interferencia”, fue su mal explicada excusa. Lo que me molestó sobremanera es que este fulano no sólo me reconvino por enésima vez, impidiéndome trabajar, sino que me empujó de modo absolutamenre prepotente. Cuando se puso a jalar a otros fotógrafos le dije que ya nos dejara trabajar en paz y se largara de ahí. Surtió efecto. El gorila, al cual la UEFA seguramente premia por su trato a la prensa, se allanó en un rincón y ya no volvió a dar lata. En eso se me ocurrió un buen tema para desarrollar a partir del encuentro. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero dijo a la televisión italiana que la victoria del Barca era “un triunfo para toda España”, de modo que se me ocurrió que podría preguntarle a Guardiola y a algunos aficionados catalanes si realmente el ganador era el país o sólo Cataluña. Me hubiera quedado bien, a la vista de que fuera del estadio ondeaban carteles donde se decía, en ingles Catalonien is not Spain. Pero ya era media noche, nadie me había pagado el viaje y, pese a los esfuerzos de la UEFA, yo era libre de hacer lo que se me diera la gana. Y se me daba la gana simplemente de largarme y no participar más en ese grotesco espectáculo en el cual unos cuantos se enriquecen a costa de las mayorías. Esas hordas que legitiman las sevicias de la FIFA, la UEFA, y los atávicos contubernos entre éstas y los grandes consorcios televisivos del mundo. Las multitudes que aún al día siguiente proclamaban a los cuatro vientos la hegemonía catalana sobre el resto del planeta, o que agachaban la cabeza, acercándola al escudo del Manchester United. Pero vamos concluyendo: luego de estas experiencias, es claro que a la UEFA no le interesan los periodistas ni tienen respeto alguno por ellos como profesionales ni como personas. Pese a las palabrerías mamonas de Michel Platini sobre la humanización del fútbol y la fusión de este deporte con los derechos humanos, el organismo que preside no es más que una mafia ávida de dólares en la cual hasta el más ínfimo se siente con derecho a maltratar a los demás., Así que las muchas empresas y personas subcontratadas por la UEFA para cocinar, organizar la cobertura de prensa o velar por la seguridad hacensimple y sencillamente lo que quieren, amparados en su gafete. Francamente, me dio pena por los colegas que tienen que someterse a estos tratos consuetudinariamente. Los admiro, en verdad. Yo al salir del estadio ya era libre de nuevo. El viaje, por otro lado, ha valido la pena. Roma es esplendorosa y nada la puede opacar. A ella me entregaría cuantas veces fuese necesario.Al fascismo de la UEFA y su “circo massimo”, la Champions League, nunca jamás.

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