México, la corrupción sin fin / III
Poco es lo que puede agregarse desde tan lejos a la gritería política que se desató en México tras la epidemia de gripe A (H1N1). A la aparición del libro del empresario Carlos Ahumada Kurtz le siguieron la estridente entrevista de Carmen Aristegui a Miguel De la Madrid, y la ulterior réplica –menos informativa aún- de Carlos Salinas de Gortari. ¿O es que acaso a alguien le hacía falta la confirmación de que el salinismo fue un régimen autocrático que llevó a cabo reformas históricas para alimentar su propia corrupción? Al mismo tiempo, resalta el autodestape del ex salinista Marcelo Ebrard como candidato a la presidencia de la República Mexicana, a tres años (¡¡¡tres!!!) de que se realicen las elecciones correspondientes. Me parece que en México nadie se da por engañado: estamos ya en la precampaña electoral hacia el 2012 (las elecciones legislativas de este año parecen ser un mero pretexto), y los ánimos están desatados ante la falta de mecanismos institucionales o metainstitucionales de contención. A mí me parece, sin embargo, que en particular las revelaciones de Ahumada tienen un propósito muy definido, que por supuesto rebasa al susodicho autor: regar el ya muy tupido desencanto de la población respecto de la política, o lo que es lo mismo, fomentar la apatía y el abstencionismo. ¿A quién le conviene esto? Por otra parte, veo con la más absoluta desesperanza no lo que ocurre, sino lo que se viene encima del vapuleado pueblo mexicano. Otra vez, una campaña eterna en la que todo se vale. Ya hay muestras claras: las mutuas acusaciones de narcotráfico entre los feudos políticos que se disputan Zacatecas, las descalificaciones a priori, los personalismos, la falta de argumentos, la gritería perpetua. Pronto vendrán los ataques en forma de acciones concertadas tipo videoescándalos o chanchullos bejaranianos. A unos días de que se desatara la “caballada”, debido al madruguete irresponsable de Ebrard, la “guerra sucia” ya está en pleno. Nadie es inocente ni se salva de ella. Acabo de ver en Facebook una imagen, difundida por un conocido periodista que solía trabajar para Rosario Robles, en la que el emblema del PAN es convertido en una esvástica nazi. ¡Y estos ex neoperredistas –hoy neopetistas- son los que se victimizan amargamente! Y ni hablar de los medios, voraces al sacar declaraciones escandalosas a ex presidentes retacados de Prozac o en plena convalecencia tras largas y penosas enfermedades. La política será el espectáculo del próximo trienio, para beneplático de Televisa y el star system del periodismo nacional. Dado que no sufriré tal bombardeo propagandístico –espero-, la cosa no debería de importarme mayormente. Pero ya el sexenio anterior presencié de modo más o menos directo el desgaste institucional que provocaron el escándalo político y la furiosa pelea entre los diferentes niveles de gobierno. Así que temo lo peor, en esta reedición del cochinero político que nos regalaron a los ciudadanos los líderes de todos los partidos. Lo que queda más claro es que la civilidad no existe, y que los suspirantes harán todo lo que esté a su alcance con tal de conquistar el poder supremo. O de retenerlo. Hace seis años no se evitó la violencia política pero sí nos libramos por milímetros de un colapso institucional generalizado. En esta ocasión podríamos no ser tan afortunados. La guerra que viene será sin cuartel y tendrá muchos más participantes que la anterior. Podría, incluso, haber víctimas mortales. A México, al parecer, ya no hay quien lo salve de sus pinches políticos.
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Un abrazo.