Fútbol existencialista, fútbol budista



Hace algunos meses, los productores de la emisión Das philosophische Radio, que transmite la radio pública alemana, tuvieron la genial idea de vincular en uno de sus capítulos los temas de la filosofía y el fútbol. Pretexto para ello era la Copa Euro 2008, que estaba por celebrarse en Suiza y Austria. El método, si no mal recuerdo, consistía en atribuir a los jugadores de fútbol determinadas categorías filosóficas de acuerdo con la posición que ocupan en la cancha. Se argumentaba que el arquero –solitario, introspectivo, alienado, observador límite de los acontecimientos sobre la cancha, poco partícipe del devenir colectivo- personificaba al existencialismo que se hiciera famoso gracias a escritores como Jean-Paul Sartre o a libros como El extranjero, de Albert Camus (no olvidemos la película inolvidable protagonizada por el gran Marcelo Mastroianni). Así mismo con otras posiciones estratégicas. Casi obvia decir que el ejercicio resultó de lo más atractivo para quienes nos llama la atención tanto la investigación del absurdo como la precisión de un buen cambio de juego. Pero la filosofía es como el agua: una materia escurridiza, que encuentra casi siempre una salida natural por la cual se nos va de las manos. En el caso de la emisión germana, no dudo que las apreciaciones filosóficas hayan sido precisas. Pero en su aplicación al fútbol, dejan de lado un aspecto que puede derrumbar toda edificación argumentativa. Hay posiciones, como la del arquero, que prácticamente no sufren merma alguna en cuanto a su razón de ser. Sin embargo, esto cambia diametralmente conforme se avanza en el desglose de una alineación. Se podría calificar al ariete clásico como un epicureísta, un hedonista o, en algunos casos, como un cínico (recalcamos, filosóficamente hablando). El típico número seis –medio de contención, se decía en mis tiempos- podría ser visto como un estoico que afronta su destino de modo impasible, y cuya existencia se sustenta en la propia consagración a través de suprimir el avance ajeno. Mas tales caracterizaciones varían de modo irremediable si se toma en cuenta la multifucionalidad que demanda el balompié moderno. La estrategia del fútbol hoy no sólo es cuestión de colocación sino sobre todo de función y dinámica. El futbolista no es un engranaje sino un vector de desarrollo. Lo que en una formación 4-4-2 puede ser cinismo, puede tornarse eclecticismo puro en una tipo „Tannenbaum“ (pino): 4-3-2-1, o viceversa. Así como no hay categorías filosóficas inamovibles, tampoco hay rigidez en el concepto de cada posición. En ese sentido tiene razón Jürgen Klinsmann: entrenar a un conjunto de fútbol equivale a inventar un sistema filosófico específico cuyo éxito no está en el marcador sino en el universo mental. En el Bayern, efectivamente, el torneo 2008-2009 ha sido el de un principio budista: la supresión del yo. Así, sin ambiciones, este cuadro ha arrancado de abajo –negándose a sí mismo- hasta alcanzar el tercer lugar de la tabla. Como quiera que sea, la conexión entre la filosofía y el fútbol no sólo me parece válida sino apasionante. Bien puede incorporarse a la fantasía delirante de la cual se nutren las grandes aficiones al deporte.

-Enrique A. López Magallón


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