¡Sós grande! (la última y nos vamos)

He sido injusto con mis amigos argentinos. Arrastrado por el entusiasmo del fútbol, y por lo atractivo del tema, cometí un error elemental en mis dos escritos anteriores sobre la investidura de Diego Armando Maradona como técnico de la selección albiceleste. Un error filosófico que además es imperdonable, por causas que explicaré a continuación. La pifia consiste en asumir que una comunidad, en este caso la argentina, es equivalente a su identidad icónica. La presunción es falsa en todos los casos: por ejemplo, no todos los mexicanos somos bigotones ni andamos por el mundo con la botella de tequila en el sobaco, cantando permanentemente El corrido de Rosita Alvírez (“nomás tres tiros le dio/ nomás, tres tiros le dio-ooooo”). Quizá es una desgracia. En el caso argentino, me di cuenta de la enorme equivocación al consultar el foro de opiniones del diario La Nación sobre el amago de renuncia que Maradona le dedicó a Julio Grondona. En muy apretado resumen, hay diferencias entre el seleccionador argentino y el presidente de la AFA por el posible nombramiento de Óscar Ruggeri como parte del cuerpo técnico albiceleste. Al leer los comentarios, caí en cuenta de que muchos argentinos se salvan del inverosímil culto a quien llaman El Diez. Otros muchos ni siquiera se interesan por el fútbol, y otros más acometen una crítica mucho más herética de la que puede ejercer un no argentino cuando se habla sobre el ex jugador del Nápoles. Hay quien, sin pelos en la lengua, califica a Maradona y a Grondona como sujetos corruptos y dignos de desprecio. Sus razones tendrán. Incluso hay teorías de conspiración de corte antimaradoniano. Se dice, en más de un comentario, que la reciente pugna entre Grondona y Maradona obedece al hecho de que El Pelusa fue impuesto como técnico de la selección argentina, cosa que tendría rabioso al todopoderoso federativo. La designación provendría de la casa presidencial propiedad del matrimonio Kirchner. Ante las penurias por el atraco gubernamental al sistema privado de pensiones, reza la hipótesis, el impacto mediático de nombrar a Maradona serviría como perfecta cortina de humo para distraer la atención de temas más urgentes, graves y relevantes. No me corresponde dar crédito a tales versiones. Respeto la autodeterminación y la soberanía. Lo que me interesa, para fines de este espacio, es documentar la diversidad de la sociedad argentina, con la cual fui injusto a lo largo de mis dos escritos anteriores. ¿Y por qué el error es imperdonable? Porque lo cometí precisamente yo, que durante años he vivido en el exterior, luchando contra la identidad icónica asignada al pueblo azteca merced a Raúl Velasco, El Chavo del Ocho, El Chapulín Colorado, Hugo Sánchez, Jorge Negrete (más apreciado en el exterior que Pedro Infante) y otros personajes a través de los cuales se nos juzga universalmente a mí y a mis compatriotas. Espero que este breviario sirva para enmendar. Así como muchos argentinos reconocen la calidad que Maradona tuvo como jugador, muchos otros admiten el daño que le hizo al deporte y a la imagen de su país con sus triquiñuelas y sus problemas de dopaje. A otros el tema les es indiferente. En una palabra, hay una Argentina que rebasa a sus políticos y a sus deportistas. Una Argentina que tira más hacia Cortázar que hacia Menotti. Una Argentina que clama por Carlos Bianchi o por José Pekerman (injustamente maltratado por un sector de la sociedad argentina). Una Argentina de juicio crítico y homogéneo. Una Argentina que analiza y no idolatra. Una Argentina de talento inmenso y generoso. Una Argentina que no comienza ni se acaba con el fútbol ni con Diego Armando Maradona. Agradezco a los entusiastas lectores de La Nación por haberme revelado el error. Y gracias, por qué no, a la República Argentina. Estoy convencido de que es un gran país.

Comentarios

3dgar ha dicho que…
Sí. A veces pienso que el deporte favorito de la humanidad no es el futbol sino juzgar. Pero que bonito es cuando reconocemos nuestros errores y por consecuencia crecemos aún más como individuos.
Fernando Salceda ha dicho que…
No estabas tan equivocado, Enrique.
La Argentina está como está porque la mayoría de mis compatriotas admira a todo aquel que logra un determinado objetivo, sin reparar en los medios con los cuales lo consiguió.
Hasta que apareció con siete balazos en una zanja, Sebastián Forza sería un tipo admirado. A los 34 años había logrado un altísimo nivel de vida. Pero eso se debía a negocios turbios con la efedrina (con conntactos mexicanos); y su ambición le costó la vida.
Gracias a la degradación social de décadas, existe un escaso valor por el mérito, la superación y el esfuerzo; y no es Diego el ícono de ese derrumbe; él, desde su lugar, hizo un aporte positivo e incalculable. Fue el mejor en lo suyo y, aun con errores, entregó hasta lo último por el país dentro del ámbito en el cual le correspondía hacerlo.

Gran abrazo; sigo firme con el anti-blog.

Fernando (hoy desde Glasgow, don estoy cubriendo el debut del "10" al mando del seleccionado)

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