¡Sós Grande!
El tema es irresistible. Diego Armando Maradona acaba de ser designado técnico de la selección argentina de fútbol, convirtiéndose así en el tercer hombre más poderoso de su país (el primero es, y por mucho, el ex presidente Néstor Kirchner). Esto ha provocado numerosísimas y variadas reacciones, prácticamente en todo el mundo. En el planeta futbolístico argentino, a años luz de toda proporción, se percibe el nombramiento del “Pelusa” como algo natural. Como si Pelé, por ejemplo, hubiese cometido un pecado de omisión o una cobardía al no sentarse en el banquillo de la verdeamarelha a dirigir a Zico, Sócrates o Dirceu Guimaraes. Al otro lado de la galaxia -en Inglaterra, por ejemplo-, se aprovecha la oportunidad para exudar el odio antimaradoniano que nunca perdonará aquella burla por la famosa “mano de dios” en el mundial de Mexico 86. Más moderada aunque muy moralista, Alemania ve con escepticismo –el Süddeutsche Zeitung habla de una “aventura”- el nombramiento de alguien a quien mira con cierto desprecio por haber transgredido intencionalmente el reglamento de juego con tal de ganar. Así es Alemania. Algo es claro: el nombramiento de Maradona se ve de modo totalmente distinto desde Argentina y desde el resto del globo terráqueo. A partir de esta última perspectiva, me permito opinar al respecto. Está fuera de toda discusión que Maradona fue un portentoso jugador que, como relata de manera conmovedora mi colega Fernando Salceda, llevó muchas alegrías a su pueblo. Pero como dicen los místicos: “una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”. Una cosa es merecer” la oportunidad, y otra muy distinta es estar en posibilidades reales de aprovecharla. Haber sido buen jugador, ni siquiera el mejor del mundo, otorga el pase automático a ser buen técnico. Mi teoría va más allá. La designación de Maradona puede ser adecuada o inadecuada. Pero creo que todo este asunto comenzó a torcerse cuando el propio Diego pugnó por el controvertido puesto de seleccionador albiceleste. Maradona no solamente corre el riesgo de fracasar futbolísticamente. Al aceptar la exposición pública y el juicio permanente que conlleva la dirección técnica de la selección argentina, pesa sobre él una posibilidad mucho más sombría: la de acabar con su propio mito. En Argentina, Maradona es adorado con una idolatría que carece por completo de muros de contención, y que resulta incomprensible para quienes no somos sus paisanos. Eso no significa que toda la sociedad argentina esté dispuesta a tolerar por siempre un mal desempeño de Maradona y su selección en las canchas. Desde tiempos de José Pekerman, y en vista de la presencia de jugadores como Lionel Messi, Carlos Tévez, Mascherano, Heinze, Riquelme y muchos otros, la meta del fútbol argentino no es otra que ganar de nuevo la Copa del Mundo. Todo lo demás es fracaso. Ahí coincido con las dudas de Salceda: ¿es el mejor momento para que Diego haga sus pininos como técnico? ¿Vale la pena el riesgo, cuando ya se tiene sometida a la historia, como si fuese una portería abierta? En el fondo de esta reflexión hay también lo que los psicoanalistas describen como „transferencia“; aplicar a otro ente la medida de las experiencias propias. Azteca al fin y al cabo, pienso en el caso de Hugo Sánchez, “el mejor jugador en la historia de México”. Éste, locuaz e impulsivo como Maradona, aunque con mucho mayor autocontrol fuera de las canchas, emprendió una carrera de altibajos como técnico. Durante la era de Ricardo Antonio Lavolpe, se convirtió en “el presidente legítimo” cuya función era única y exclusivamente estorbarle –en buen mexicano, “chingar”- al entrenador argentino a base de burlas, provocaciones, periodicazos y desdenes. Cuando estuvo al frente del Tri, el antiguo “Golden Boy” (Ángel Fernández dixit) se desplumó y se cayó de la nube. Y al final no quedó vivo ni siquiera el recuerdo de los viejos tiempos. Hay que hacer una salvedad: la figura de Hugo fue apagándose precisamente a partir del Mundial del 86, cuando falló un penal contra Bélgica. Inmediatamente se olvidaron los pichichis, y mis crueles connacionales lo bautizaron esa misma tarde como “Hugo tarugo”. Creo firmemente en que la devoción argentina hacia Maradona soportará mucho más (¡Sós grande!, le gritaba Quique Wolff en uno de los programas televisivos conducidos por el antiguo defensor). Pero, insisto, hay varios peligros. No es que se juzguen conductas específicas como las conocidas adicciones y recaídas del “Pelusa”. Es que éstas, y sobre todo las inercias que las ocasionaron, son marcas que el flamante seleccionador lleva inscritas mucho más profundo que sus tatuajes de Fidel Castro o Hugo Chávez. Por lo que se ve, Maradona lleva tiempo sin consumir sustancias que pongan en peligro su vida. Pero sigue siendo impulsivo, caprichoso, vanidoso y frágil. En una palabra, bipolar. Esto no es pecado, mas sí un handicap que ahora se “transfiere” al equipo nacional argentino. Con una agravante: Maradona se ha acostumbrado a que los argentinos le perdonen todo. No es el mejor inicio para un equipo que pretende mejorar de manera sustancial. Aventemos ya el pronóstico: Maradona no podrá con el paquete: en algún momento su temperamento lo traicionará y el talento de los futbolistas a los que le tocó dirigir (otra generación, sin duda) lo rebasará por completo. Poco ayudará la presencia de Bilardo, colocado estratégicamente como “secretario” de la albiceleste justo para atajar cualquier eventualidad causada por la desbocada aura maradoniana. Ser técnico es buena parte un asunto de personalidad; si no, Salceda y otros conocedores no se referirían a la “pusilánime” era de Pekerman. Maradona, como entrenador, no tiene esas cualidades. No me malinterpreten. No deseo el fracaso del entrenador albiceleste. Es más, espero que me desmienta. Así podré ver alegres y contentos a mis queridos amigos argentinos. Tengo muchos. Espero no haber perdido ninguno hoy.
Comentarios
Más allá de que estemos de acuerdo y de que hayas tenido la enorme delicadeza y, al mismo tiempo, hayas tomado el riesgo de citarme, quiero decirte que me pareció muy interesante la observación de tema Maradona desde un punto de vista en el que no interviene el corazón.
Hay que haber vivido algunas cosas para entenderlas; Diego fue para nosotros, dentro de su contexto deportivo, lisa y llanamente un héroe; el tipo que era capaz de hacer realidad lo que sólo podíamos soñar.
Fuera de la cancha es un hombre con tantas virtudes y miserias como cualquiera de nosotros. Por eso es que quiero hacer la diferencia entre lo que siento y lo que pienso. Estoy seguro de que ahora no es su momento, pero, como dije en mi blog, me muero de ganas de equivocarme.
Sería muy feliz teniendo que decirle al "10" dos cosas: PERDÓN y GRACIAS.
Gran abrazo y gracias por tu blog y tu mención.
Fernando