Crisis filosófica

La pregunta de moda intenta esclarecer si la crisis por la que atraviesan las finanzas internacionales constituye por sí misma el ocaso definitivo del modelo capitalista. Sin pretender arrojar luz definitiva, puede hacerse un humilde intento de reflexionar sobre este tema tan complejo. A mi entender, la primera clave para definir la naturaleza de esta crisis consiste en observar dónde se origina y desarrolla. Y no hace falta mucho para llegar a la conclusión de que los mercados de valores son escenario principal en el desencadenamiento de la ola de quiebras que tienen en vilo a bancos en todo el mundo. En Alemania, por ejemplo, el Hypo Real Estate decidió inmiscuirse en negocios inmobiliarios en Estados Unidos; como consecuencia, se le vino encima una avalancha de compromisos cuya cobertura requeriría, tan sólo en principio, la casi inmensurable suma de 35.000 millones de euros. Es tan sólo un caso. Así, la crisis equivale a un agotamiento extremo del capital especulativo y de su padre putativo, el mundo de las grandes corporaciones. El mercado de valores se torna inviable si no existe cierto grado de confianza, misma que ha sido la primera víctima de todo este vaivén. La crisis, empero, no se queda allí. Es obvio que este fenómeno obedece en parte al gasto excesivo que el gobierno de Estados Unidos ha realizado para sostener tanto la guerra en Irak como la ulterior ocupación de este país. Así, parafraseando a Hunther S. Thompson, “George W. Bush recibió un país rico y en paz, y lo transformó en uno pobre y en guerra”. Y dado que merced a la globalización son numerosos los vasos comunicantes entre las economías del mundo, la recesión también fue alcanzando poco a poco al resto del planeta financiero. El especialista alemán Nikolaus Werz, con quien conversé recientemente sobre el tema, me indicaba que las economías más afectadas son aquellas con mayor cercanía a la estadounidense. En América Latina, México y Chile resultarán más perjudicados que Brasil, por ejemplo. Pero la crisis también tiene un aspecto filosófico. Desde hace por lo menos una década, el ser humano contemporáneo occidental vive un mundo de sueños, de melancólica banalidad, de autos fastuosos y residencias adquiridos a base de un endeudamiento imposible de pagar. En la ciudad de México, un sujeto de clase media debe desembolsar un cuarto de millón de dólares para hacerse de una vivienda cómoda, o bien, adquirir la deuda correspondiente. Repito: un cuarto de millón de dólares, cuando el sueldo promedio de un empleado de empresa en mi país es de 1.500 dólares mensuales (¿o habrán cambiado mucho las cosas en los dos años que tengo fuera?). En Alemania veo las mismas historias en el reality show denominado Raus aus der Schulden (Afuera con las deudas). Si la realidad es así de abrumadora, la utopía no luce mucho mejor. Los iconos contemporáneos son Paris Hilton, Amy Winehouse y Britney Spears. Jóvenes asfixiados, agotados, consumidores de todo y de todos, insaciables e incapaces de seguirle el paso a sus impulsos. Jóvernes atrapados en una cruzada irresoluble, que de día trabajan para convertirse en esculturas perfectas y de noche se divierten con la destrucción del propio cuerpo y de la propia estructura mental. Si los mercados financieros adquirieran forma humana, seguro se verían como estos ídolos que se debaten entre el American Idol y el Celebrity Rehab. La crisis actual significa que mucho de ello llegó a su límite. Se acabaron las plácidas tardes frente al televisor, luego de un predecible día de trabajo. Se acabó la casa de playa. Llegó a su fin la sucesión de autos último modelo y del arcoiris de tarjetas de crédito. Mientras existan, las vacaciones serán cada vez más cortas, y más cercanas. El horizonte laboral dejará de medirse en meses y años, y la mejor manera de afrontarlo será sobreviviendo día por día. La salud, por cierto, se convertirá en uno de los mayores privilegios. Y para colmo, el planeta comenzará pronto a cobrarnos, en especie, los costos de nuestra naturaleza depredadora. Quizá todo ello no alcance para cantar el fin del capitalismo. Pero una cosa parece segura; luego de esta crisis, todo será distinto. El dilema global, empresarial e individual se reduce a aceptar una simple realidad: no hay dinero. Para afrontar su adicción al crédito, el ser humano deberá someterse a un nuevo programa de doce pasos. El proceso será doloroso y prolongado. Muchos saldrán adelante, pero muchos más recaerán una y otra vez. Como civilización quizá viviremos lo suficiente para contemplar la primera chispa de luz, al final del largo túnel.

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