Postdemocracia / y III

No hay de otra. El politólogo Colin Crouch sostiene que los síntomas de la postdemocracia solamente pueden producirse en países donde impera o ha imperado la democracia formal. Todo lo demás, de acuerdo con el académico de la Universidad de Warwick, es una repetición de la historia, o bien, reflejo de un orden que no alcanza a cabalidad la denomianción de democracia. Crouch hila fino en su argumento, de tal modo que resulta difícil contradecirlo; por ejemplo, cuando dice que las tendencias dinásticas no pertenecen a la postdemocracia sino al espectro contrario: el orden predemocrático. Así, el heredar el poder no es parte de la modernidad tipo West Wing, sino de una tentación casi tan antigua como la de la manzana ante la que sucumbió Adán. Del mismo modo, Crouch despoja al actual gobierno ruso de toda connotación moderna y democrática. Rusia, dice el académico, jamás ha vivido en medio de un orden democrático, de tal modo que no debe sorprender el actual proceder del dúo Medvedev-Putin. La réplica a las tesis de Crouch debe venir entonces de otra parte; de un panorama mucho más general. Y él mismo da a clave. La postdemocracia puede ser un fenómeno focalizado. Pero la crisis por la que atraviesa la democracia es sin duda alguna global. Y aquí todavía falta el gran análisis que explique por qué los ciudadanos de Alemania se manifiestan tan escépticos de la democracia como otros de países para los cuales la democracia es joven. O lo que es lo mismo: los argumentos de Colin Crouch pretenden explicar, a partir de una crítica a los modos globales de producción, lo que sucede con el credo democrático tan sólo en los países que han querido estar a la vanguardia en la materia. No más. Y otra cosa: como él mismo admite, su análisis no evalúa el estado de la democracia según sus niveles de inclusión sino a partir de su calidad. Esto deja de lado un aspecto que resulta esencial para evaluar el funcionamiento de las democracias en gran parte del mundo: la democracia como un orden mediante el cual se aspira a la mayor justicia social posible. Por desgracia, todo ello quita dimensión a la postdemocracia, tesis que, por otra parte, resulta sumamente precisa en lo que atañe a las naciones europeas. Muy rescatable es también el desglose que Crouch hace de algunos temas elementales: la democracia como eterna utopía, el predominio de los intereses económicos y estratégicos –por encima de los morales- en las relaciones internacionales, la insoportable confusión entre lo moderno y lo atávico en las democracias jóvenes y, finalmente, el peligro de que los síntomas postdemocráticos se extiendan, como ya lo hacen, hacia naciones democráticamente subdesarrolladas. Crouch ha puesto sobre la mesa temas valiosos y, sobre todo, ha asumido que la democracia no goza de cabal salud. Pero el diagnóstico del inglés, certero para algunos miembros del mundo democrático, deja de lado a infecciones severas que otro doctor ha de observar.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy bueno el blog, lo visitaré. Juan Pablo Peralta
www.portaldelperiodista.blogspot.com

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