El más poderoso

No me malinterpreten. No soy de quienes se solazan patrocinando cacerías de brujas o buscando chivos expiatorios en la historia. Pero a estas alturas de la vida, tengo memoria. Y ésta, algunas veces, no me falla. Recuerdo, por ejemplo, que Jacobo Zabludovsky fue durante décadas el periodista más poderoso de América Latina. Su labor como conductor del noticiero más importante de la televisión mexicana –repito, durante décadas- no solamente le permitió realizar inolvidables entrevistas como aquella que le hizo a Salvador Dalí, y que el propio Zabludovsky recordó hace unos días en su columna de El Universal. El periodista, además, fue testigo de momentos históricos en la vida de México; presenció desde sus entrañas las reacciones puntuales de un gobierno autoritario –el régimen del PRI mexicano- ante tales acontecimientos. Esto lo convierte en un personaje único que, al mismo tiempo, tiene una responsabilidad ante la sociedad a la que dice servir. No pido un mea culpa por parte de Jacobo. Pienso, en cambio, que le haría un enorme favor a la sociedad mexicana a recapitular de la manera más precisa posible la bitácora de servicio en las primeras noches de octubre de 1968. Es sólo un ejemplo. También podría explicar los mecanismos a través de los cuales aquellos gobiernos conculcaban el derecho a la información. Narrar, por decir algo, las diarias llamadas que durante meses, quizá años, recibió del entonces encargado de Comunicación Social de la presidencia salinista, Otto Granados Roldán. Quizá sería excesivo solicitar al periodista sus impresiones acerca de figuras esenciales para el sistema priista, como Carlos Hank González, a quien Zabludovsky conoció de cerca. Pero sí podría decirnos qué paso la noche del Jueves de Corpus de 1971; quién le llamó por teléfono y en qué tono, cuáles fueron los compromosis adoptados, qué quería exactamente silenciar el partido hegemónico en aquellos días aciagos. Las respuestas de Jacobo, a quien la izquierda histórica detestaba, serían de utilidad sobre todo para una generación que no tiene referente sobre tales acontecimientos, y para la cual la apertura democrática es un factor que se da por descontado dentro de la sociedad mexicana. Por causas que no alcanzo a explicarme, algunos personajes clave de aquel sistema (como como Manuel Bartlett, como Manuel Camacho, como el propio Jacobo) navegan hoy con bandera de redentores y benefactores de las causas más justas. Por mi parte, no creo en tal metamorfosis, ni siquiera en el caso más benévolo, que sería el del propio Zabludovsky. Reconozco que éste es, con todo, un hombre talentoso y hasta valioso para la historia de este país. Pero no es verdad que Televisa tuvo culpa exclusiva de lo que aparecía todas las noches en 24 Horas. Jacobo aceptó servirle al poder mientras éste le abrió las puertas a un mundo de privilegios, no quedando descartados algunos pingües negocios. Los grandes hombres están obligados, a cierta edad, a confrontarse con su pasado. Y mientras más grande es la relevancia del personaje, más pesada es la obligación de explicar. Licenciado: si su cambio es auténtico, explíquenos por favor.

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