Una pregunta retórica




Tardamos algunas horas en vencer a la espesa niebla y llegar, por fin, a la localidad de Wörth, en la región de Suabia. En ese sitio, todo gira alrededor de una enorme superficie. Es la mayor fábrica de vehículos industriales del mundo, propiedad de la marca Daimler. Apenas traspasamos el acceso principal, ingresamos en un mundo propio, sujeto a un control preciso y también al amable velo de la cultura corporativa. Por ejemplo, en las cifras. Se nos hace notar muy pronto que la fábrica de casi medio millón de metros cuadrados (2.463.186, para ser exactos) es solamente una parte del casi inmensurable global player que es Daimler a nivel mundial.
En 2007 fueron ensamblados ahí más de 100.000 vehículos industriales, lo mismo para empresas recolectoras de basura que para el ejército canadiense. A la presentación siguió otra que me impresionó más, por diversas razones. Un ejecutivo nos mostró en Power Point o algo similar el Centro de Investigación y Desarrollo de la planta de Wörth, en el que el consorcio invirtió algo así como 80 millones de euros. En dichas instalaciones se reprodujeron muchas de las variables posibles en cuanto al estado de las carreteras en todo el mundo, incluyendo los baches mexicanos o los arenales árabes, por ejemplo. La construcción de dichas instalaciones fue reciente Y hubo un episodio que me llamó mucho la atención. Todo estaba listo para poner la primera piedra de ese innovador centro, pero había un problema: una pequeña comunidad se encontraba enclavada en los terrenos donde se planeaba erigir el ambicioso proyecto de Daimler. Los colonos se negaban a abandonar sus hogares, por razones legítimas. Pero entonces la empresa lanzó una estrategia al respecto. No, no se lanzó a agandallar a los ciudadanos, ni a tratar de venderles historias que resultarían mentiras.
En cambio, implementó un eficiente programa de información y relaciones públicas para convencer a toda la comunidad de Wörth, y a estos colonos en particular, de los beneficios que traería el proyecto para toda la comarca. Además, les pagó un precio generoso por sus terrenos y, en fin, creó un entorno tal, que a los colonos no les quedó tra más que aceptar la oferta de Daimler y mudarse a otro sitio. La historia me recordó irremediablemente el fiasco del gobierno de Vicente Fox al tratar de sacar adelante un proyecto justo y necesario para el país: la construcción de un nuevo aeropuerto para la ciudad de México. Pero Fox y los suyos hicieron todo lo contrario que Daimler. En vez de informar, ocultaron; en vez de ser generosos, trataron de engañar; en vez de socializar beneficios, pretendían concentrarlos en unos cuantos amigos del ex presidente. Así, el fracaso fue cantado.
Dicen los demagogos y los incautos que esto fue un fracaso “de la derecha”. Pero no. Fue en primer lugar reflejo del orden malicioso que impera en México, donde ser cuate del gobierno local o federal (sea de izquierda o de derecha) es condición indispensable para la concreción de buenos negocios. Donde todo se hace con prepotencia y con las patas. Donde no hay estrategia, sino intento de lucro. Por supuesto, no sugiero que los global player sean totalmente ejemplares en su comportamiento y su ética; ahí tenemos el caso de otras multinacionales alemanas como Siemens, sumida en el desprestigio total por una corrupción digna de algún sátrapa mexicano, o de Volkswagen, donde el dinero corporativo servía para pagar prostitutas. Y no nos engañemos. Si Daimler tiene también una planta en Santiago Tianguistengo es seguramente por la más que cordial relación entre los ejecutivos de esa empresa y el ex gobernador mexiquense Carlos Hank González. Con todo y esas salvedades, lo narrado en la planta de Wörth no es sino ejemplo de cómo y por qué el mundo corporativo, de vez en cuando, es capaz de dar finas lecciones de política elemental.
El resultado es claro en ambos casos: Daimler tiene su centro de investigación; México sigue esperando un aeropuerto digno de un país que pudiera ocupar una mucho mejor posición en el concierto de las naciones. Finalmente, hubo un dato que me causó especial dolor. Daimler tiene en América Latina una planta similar en dimensiones a la de Wörth. No está en México, sino cerca de Sao Paulo, Brasil. ¿Por qué será?
(Foto: Daimler AG)

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