Este Obama no me gusta

Quizá es muy pronto para evaluar a la administración del presidente Barack Obama en materia de política exterior. Pero creo tener elementos suficientes para afirmar que, de lo que he visto, poco es lo que me ha gustado. Primero que nada, noto en el mandatario estadounidense una tendencia a gobernar a través del impacto mediático, incorporando por ejemplo a actores que personifican a Abraham Lincoln en sus actos oficiales, y otras payasadas por el estilo. Se trata a mi juicio de un síndrome común en los candidatos ganadores: les cuestan trabajo despegarse de la mercadotecnia política y se olvidan de que las campañan han quedado atrás. Pero seguramente esto es lo menos grave. En cuanto la política exterior, aspecto en el cual se le achacó falta de experiencia al entonces candidato demócrata a lo largo de la contienda electoral, la prioridad absoluta es Asia. What? Sí. El primer viaje de la secretaria de Estado Hillary Clinton fue al continente asiático, y no precisamente a los sitios más conflictivos: Japón, Indonesia, Corea del Sur y, claro, China. Tal prioridad no prefigura a un mandatario inspirado por valores superiores sino por las necesidades más urgentes de la política pura y dura. Incluso se dejó de lado la simbología que consistía en que los presidentes de Estados Unidos visitaran a sus países vecinos antes que a ninguno otro. La prioridad estratégica en la política exterior de Estados Unidos es el terrorismo, en el cual Obama acaba de anunciar que piensa exterminar a bandas como Al Qaida. Palabras que hubiera firmado Collin Powell, por ejemplo. La propuesta de diálogo a Irán acabó en un fiasco, seguramente porque no estuvo acompañada de una avanzadilla política. Luego viene el Cercano Oriente y ahí no hay discusión alguna. Para Europa, Obama mandó como emisario a su vicepresidente, un puesto que dentro de la jerarquía del gobierno estadounidense tiene un valor simbólico y ningún peso esécífico. ¿Y América Latina? El presidente Obama fue raudo al reunirse con el presidente de Brasil, Luiz Inácio da Silva, dado que el gigante país sudamericano tiene una importancia estratégica global. Pero el resto del subcontinente latinoamericano, que espera ansioso las señales del “cambio” en la nueva administración estadounidense, ha sido olvidado por completo. Obama viajará en los próximos días a México, se dirá. Pero hasta el momento, el vecino del sur significa dos cosas según la visión del nuevo mandatario: drogas y violencia. Y ni siquiera el riesgo a la seguridad nacional que significa la guerra del narcotráfico en tierras mexicanas ha sido recibido en su justa dimensión. Obama ha adoptado una postura por demás conservadora: mandar más tropas y equipo militarizado de vigilancia a la frontera; una especie de “muro de tortilla” cibernético con el cual su administración pretende robarle agenda política a los republicanos. Es verdad que la secretaria de Estado reconoció en México que Estados Unidos es corresponsable por el narcotráfico, debido al alto nivel de consumo. Pero con ello la funcionaria no hizo sino mostrar coherencia con la posición que enarboló hace ya muchos años la presidencia de su esposo Bill, en la cual comenzó el verdadero sesgo estadounidense hacia el tema del narcotráfico y la vecindad con México. Por si fuera poco, la política económica adoptada por Obama a raíz de la crisis económica mundial también ha creado hostilidades con México. Ambos temas, el narcotráfico y la economía, han dado lugar a un ostensible duelo verbal entre Washington y Tenochtitlán. ¿Más botones de muestra? Barack Obama anuncia ahora, por medio de Joe Biden, que no tiene intenciones de levantar el embargo económico a Cuba. Así que veo signos preocupantes en las acciones y declaraciones del gobierno que a tantos entusiasmó con su “Yes, we can”. Todo aquel que como profesión analice la política sabía que las expectativas depositadas en el nuevo mandatario eran exageradas, y muchas de ellas, incumplibles. Pero lo que veo, hasta el momento, es un gobierno cuyo cambio no es perceptible. Creo que el mandatario ha puesto a la crisis en el centro de su agenda, lo cual me parece razonable. Al mismo tiempo, observo que esto le impide avanzar en otros asuntos como la relación con Europa. En el caso de las relaciones con Cuba y México, percibo una absoluta ceguera de Obama. En ellos se deja pasar excelentes oportunidades para mostrar, sin costos irreversibles, que el cambio prometido es verdadero.

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