Hace aproximadamente un año y medio publiqué en Deutsche Welle el siguiente texto que, como hoy constato, aparece como referencia de otros artículos aparecidos en Internet. Rescato el texto, por parecerme fascinante el tema: El caso Müller-Kotte-Weber, ocurrido hace exactamente 27 años, es un ejemplo de cómo el espionaje de la temida Stasi contaminó al fútbol en la desaparecida RDA. „Debemos seguir con mucha atención el comportamiento de nuestros deportistas para saber quién está con nosotros, quién es de los nuestros, quién nos apoya. A tiempo y de manera rápida debe producirse la señal correspondiente cuando hay o resulta inminente la indicación de que alguien puede o va a ser ‘enrolado' por el enemigo”. El que hablaba así el 15 de noviembre de 1979, ante los demás miembros del presidio de la dirección central del equipo SV Dynamo, era nada menos que Erich Mielke, jefe máximo de la temida Stasi en la República Democrática Alemana y presidente él mismo de la escuadra berlinesa. Ha
Los principales medios de comunicación dedicados al fútbol en Alemania hablan de una crisis por las derrotas que ha sufrido el Bayern München frente a Berlín y Colonia, por idéntico marcador de dos a uno, en semanas consecutivas. Esos mismos medios cantarán himnos incontenibles apenas se produzca la próxima victoria del equipo bávaro, suceda ésta cuando suceda. Lo he visto una y otra vez: los medios alemanes, sobre todo en lo que se refiere al Bayern, acusan un síndrome bipolar agudo. Si el actual campeón pierde, un aura sombría remoja la prosa del Kicker , el Sport Bild y otros medios. Pero si al Bayern se le ocurre salir de buenas y corresponder a la clase de sus jugadores, como en el no muy lejano encuentro en el que goleó 5 a 1 al Stuttgart, no hay poder humano capaz de contener los pronósticos inmediatos sobre nuevas glorias de este emblemático cuadro alemán. La volubilidad anímica de los medios alemanes tiene algunas explicaciones. La más sólida me recuerda una lección instantáne
Hay cosas mucho peores que dejar involuntariamente de comentar partidos de la Bundesliga. Por ejemplo, cubrir la final de la Champions League. La UEFA da a los periodistas un trato digno del IV Reich, ése en el cual ya vivimos sin que nadie quiera reconocerlo. Para empezar, el caos. En la Plaza Cavour no había ningún bus de los prometidos para la prensa. Resulta que la UEFA, en su mundo delirante, supone que todos y cada uno de los periodistas que llegan de los cinco continentes a cubrir el partido europeo más importante del año van a arribar al mismo tiempo. Yo no lo sabía, pero cuando llegué a Cavour, a eso de las seis y media de la tarde, el último vehículo ya había partido. La UEFA nunca comunicó adecuadamente los horarios organizativos a quienes fuimos acreditados. Pero no me rendí. Tomé un taxi, llegué al Estadio Olímpico y me presenté con mi acreditación confirmada a una serie de puertas, mal llamadas de “hospitalidad”. Nadie sabía dónde se encontraba el centro de acreditación.
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