Un cuento chino

Se acabaron los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Las autoridades chinas han escrito y llevado a cabo un guión casi perfecto. El mundo se ha adaptado a las necesidades y designios de dicha nomeklatura, que ante los ojos del mundo sigue y seguirá violando los derechos humanos, ahora con mayor fuerza y autosuficiencia. Todo se ha valido, con tal de que la economía del país más poblado del planeta siga creciendo a un ritmo superior al 20 por ciento anual. Los ojos del mundo voltearán a otra parte, y en adelante el régimen de Pekín tendrá mucho menos problemas para continuar reprimiendo a la población al interior de las cerradas fronteras dedicha nación. Lo que hemos visto en las pasadas semanas, desde la perspectiva de los derechos humanos, fue una burla monumental que traerá sin duda consecuencias nefastas para todo el mundo. Fue verdaderamente vergonzoso presenciar el espectáculo de mandatarios que en casa se deshacen en proclamas por la libertad, y que en Pekín protagonizaron un silencio ominoso. Nadie, ni siquiera la llamada “sociedad civil”, se manifestó de manera efectiva y convincente durante la larga puesta en escena con la cual China abofeteó al mundo. El férreo cerco autoritario resistió. Pero acaso estamos por ver lo peor. Si los gobernantes chinos se salieron con la suya, ante una cobarde comunidad política internacional, será grande la tentación de seguir el ejemplo. Así, ya pueden regrear los pinochets y los pol pots del mundo, sin temor a ser defenestrados, a condición de que sus economías generen buenos negocios a Estados Unidos, Europa y el resto del “mundo civilizado” que en la rutina diaria se presenta como paladín de los derechos humanos. El manual ya está escrito. Y lo que es más, ya se ha comprobado que tiene éxito en la práctica. La expansión del modelo chino –auge macroeconómico, creciente desigualdad y ejercicio autoritario del poder- no comenzó con la justa deportiva, por supuesto. Tampoco se ciñe al territorio de la “república popular”. Ahí está el caso de Rusia, cuyo gobierno intenta rehabilitar la figura de Stalin y, de hecho, ya dio en Georgia el primer paso de lo que se perfila como una nueva carrera armamentista. Pero sin duda los Juegos Olímpicos de Pekín fueron una prueba suprema de la falta de contrapesos al desbocado modelo chino. En adelante, nadie podrá decirse sorprendido.

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