Por qué no firmo

Me llegó un e-mail en el que se me convoca a firmar por la causa del periodista A.M., muerto mientras investigaba temas de narcotráfico. Mi primer reflejo consistió en plasmar mi simpatía. Pero por desconfianza, una malformación del oficio que ejerzo, me decidí a leer otra vez el contenido del pliego. En él se le exige al presidente de México que otorgue condiciones para que los periodistas aztecas puedan ejercer su profesión sin poner en peligro su vida. Se demanda seguridad, en el país más peligroso del mundo para ciertos (no todos) los informadores. Y entonces me acuerdo de una ponencia pronunciada por R.R., en la cual criticaba la falta de precaución del malogrado reportero al lanzarse a cubrir la peligrosa fuente policial. Sin que lo anterior me conste, me pregunto: ¿qué es en concreto lo que “exigen” los solicitantes de firmas? Más aún, ¿cómo podría el Estado mexicano, en las condiciones en que se encuentra, velar por la seguridad de todos y cada uno de los reporteros que trabajan en temas escabrosos dentro del país? ¿Le corresponde, como en tiempos posteriores al asesinato de Manuel Buendía, ponerle un guarura a cada columnista? A mí mismo me tocó subirme alguna vez a una patrulla de la Policía Judicial, en compañía de una prominente defensora de los derechos humanos a la cual le fue asignada dicha custodia desde la muerte de Digna Ochoa. También vi, una y otra vez, a opinólogos como Carlos Ramírez llegar a las redacciones acompañados de su correspondiente “niñera”, en un caso que distaba de ser exclusivo. ¿Acabó esto con la inseguridad de los periodistas mexicanos? ¿No es la compañía permanente de un policía una aberración en el concepto de las libertades individuales? ¿No se quejarían los abajofirmantes, en dicho escenario hipotetico, de que son “hostigados” y de que se atenta contra el derecho a la privacidad y la independencia? Visto así, el pliego me aparece un gesto político-mediático de organizaciones que, en el fondo, saben que no pueden avanzar en su causa. Lo pregunto de buena fe: ¿cómo podría dicho Estado garantizar, a satisfacción de todos, la seguridad de un reportero que se pierde en lo más oscuro del desierto y de una noche de viernes para sostener una reunión con fuentes tan incorruptibles, íntegras y dignas de crédito como lo son los agentes de alguna corporación policiaca de mi país? A los editores de los periódicos también se les hace muy fácil firmar dichos manifiestos. Pero ellos, y no el Estado mexicano, son quienes tienen la responsabilidad inmediata por la seguridad de sus periodistas. En otras palabras, el Estado tiene una obligación general de proporcionar seguridad a todos sus ciudadanos, y no sólo a periodistas y defensores de los derechos humanos. Pero en el caso de los periodistas que cubren fuentes peligrosas, la responsabilidad directa está en otra parte. Vuelvo a las preguntas. ¿Están preparados los editores de los periódicos para capacitar a sus reporteros en el seguimiento de fuentes consideradas como peligrosas? ¿Hay reglas dentro de los famosos “códigos de ética” para anteponer la vida humana a la publicación de un buen reportaje? ¿Quién dentro de los periódicos es el encargado de decirle a los periodistas, sobre todo a los jóvenes, que el periodismo se acaba cuando comienza el máximo riesgo? Las respuestas: no, no nadie. Al contrario. Investigué alguna vez el caso de una reportera colombiana que faltando a las normas más elementales de seguridad acudió a una carcel a entrevistarse con un poderoso capo de la droga. Iba por “la exclusiva” y acabó drogada, secuestrada y violada multitudinariamente. Fue un milagro que no perdiera la vida y que lograra escapar. Pero en vez de hacer énfasis en la necesidad de una terapia personal, y de mayor capacitación profesional, a dicha reportera se le “premió” con la jefatura de la fuente judicial en un importante diario colombiano. En otras palabras, dentro del periodismo los premios muchas veces se ganan no a base de calidad en contenidos, sino a un supuesto martirio, valentía o heroísmo. Bajo esta luz, el tema se ve sumamente distinto. Así que, queridos recolectores de firmas: si quieren seguridad para la prensa, no me echen e-mails ni le “exijan” al gobierno algo que no está en capacidad ni disposición de otorgar. Mejor dénme, y dénse a sí mismos, algunas respuestas a estos dilemas. Propongan y actúen.

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